Unas flores tan bonitas necesitan unos jarrones especiales, muy pero que muy especiales.
Ya os he confesado que me encantan las manualidades y siempre que tengo tiempo me gusta experimentar, crear cosas nuevas a partir de otras usadas, dotarlas de personalidad. Así fue como me aventuré a guardar tarros de cristal durante el curso pasado, tarros que reutilizaría para hacer los centros de mesa de los invitados a mi boda. ¡Qué recuerdos!.
¿Cómo me iba a deshacer de ellos?...
Los tengo guardados para momentos especiales, y este era uno de ellos. Quería agradecer a los peques todo lo que me dan día tras día, sus besos, sus abrazos, sus risas...y los miles de regalos que me hacen con tanto cariño e ilusión. Pero antes de repartir los floreros a cada peque, debían conocer el proceso de elaboración de los mismos, explorar los materiales que había utilizado y también las características físicas de los tarros.
Jugamos a buscar las diferencias que había entre unos tarros y otros: ancho-estrecho, grande-pequeño, más que-menos que, igual...fueron algunos de los conceptos empleados por los niños.
Les presenté los materiales que había utilizado, comprados en Santiago de Compostela para la ocasión.
La puntilla les encantó, la cogían con muchísimo cuidado porque tenían miedo de que rompiera, que delicadeza. La tela de saco no tuvo la misma suerte, invitaba a jugar con ella.
Cuando exploraron la puntilla, se la pusieron en la cabeza a modo de cinta y se empezaron a piropear los unos a los otros: "qué guapa estás", "parezco una princesa", "eres como la tortuga ninja", etc. En cambio con la tela de saco jugaron a ser bandidos.
Pensábamos que las sorpresas habían terminado pero de pronto...la maestra nos sorprendió con una caja llena de tierra que había cogido a la orilla del río Deva. Era lo que necesitábamos para que la flor se sujetara en el florero.
Uno a uno fuimos llenado de arena nuestro florero y "plantando" la flor.¿Preparad@s para la tercera y última sesión?...
¡Allá vamos!.
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